
Apagar el despertador y dejar aparcada la rutina sobre la mesilla de noche. Coger una mochila vacía y llenarla con un libro en blanco y un cuaderno mojado para no olvidarte de escribir qué se siente al tocar arena con la mirada, dibujar en el infinito sentimientos de papel, atravesar kilómetros, y pensar que, aunque no sepa de ti, tengas claro que estoy bien. Respirar aire de mañana y acelerar por la autopista mientras la noche te da la bienvenida...
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